Después de cumplir con mi obligación de turista salí de la pintoresca basílica dispuesto a deambular por la ciudad.
Y no hube andado mucho cuando en una céntrica pero estrecha calle encontré algo que me hizo olvidar todos los posibles monumentos que pudiera haber en la capital aragonesa: Fenicia, la casa de las empanadillas.
-De carne.
-¿Y esa alargada de ahí?
-De queso.
-¿Y aquellas?
-Lo de ese plato no son empanadillas, son dulces.
-Vale, pues una de cada.
-Una de carne y otra de queso.
-No, una de cada tipo de las que tienes.
-Son muchas...
-Si. Pues tráemelas de dos en dos, si no te importa. Para que no se enfríen.
-Ahora mismo, ¿y de beber?
-Cerveza. Oye, no tienes acento aragonés...
Mustafá hace las mejores empanadillas del mundo, además de otras muchas exquisiteces que probé en días posteriores. Y para rematar es un tipo alegre, simpático y con un gran sentido del humor. Si vais a Zaragoza no dejéis de hacerle una visita, no os arrepentiréis.
Salí de allí con una gran sonrisa, el estómago lleno y un cierto exceso de alcohol en sangre. Había salido el sol. Pasé al lado de una estatua y tras dar unos pasos tuve que darme la vuelta, pues mi mente se negaba a creer lo que mis ojos le decían que acababa de ver. Pero era cierto.
La Cabra Feladora. Gargallo. 1928.
Esta ciudad promete...
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