[...] Ícaro ascendió y el calor del Sol derritió la cera de sus alas...
Esta historia me la contaron en el colegio. Probablemente de la misma forma sesgada y tendenciosa se la explicaron a miles de niños, haciéndonos creer que la falaz moraleja era no perseguir sueños imposibles. Cuanta maldad... Hoy voy a narrar la verdadera historia de las alas de cera, la historia de
Dédalo:
Dédalo era un gran arquitecto griego que vivía exiliado en la isla de
Creta hospedado por el rey
Minos, a cuya familia deleitaba elaborando muñecos animados de madera.
Pasífae, la mujer de
Minos, que tenía un pequeño problema de zoofilia, llamó al arquitecto para hacerle un encargo y el ingeniero griego construyó para ella una vaca de madera que le valdría para aparearse con el apuesto toro que le quitaba el sueño. De aquella unión nació el
Minotauro, vergüenza de
Minos.
El Rey de
Creta, enterado de lo sucedido, mandó a
Dédalo construir un lugar donde encerrar al bastardo y a la adúltera, el
Laberinto. Una vez finalizadas las obras encarceló a
Dédalo en una torre. Posteriormente,
Ícaro (hijo de
Dédalo) informó a
Teseo (que tenía que resolver unas incidencias diplomáticas) de los pormenores del
Laberinto, lo que le valió un viaje de ida a la torre, junto a su padre.
Durante su encierro,
Dédalo capturaba los pájaros que llegaban a la torre y les arrancaba algunas plumas para luego dejarlos libres. Cuando tuvo suficientes construyó dos pares de alas uniendo las plumas con hilo y cera, dándoles la forma curva de las alas de las aves.
Y he aquí que el invento de
Dédalo funcionaba bien y al enseñar a su hijo las técnicas de vuelo le advirtió:
no vueles demasiado bajo porque las plumas podrían mojarse, ni demasiado alto pues el calor del sol derretiría la cera. Después huyeron volando de su prisión... Pero,
Ícaro, embriagado con el placer de volar, obvió los consejos paternales y ascendió, queriendo alcanzar las nubes, ansiando contemplar el paraíso. La cera de sus alas se derritió liberando las plumas que lo sostenían.
Ícaro cayó al mar y murió, pero
Dédalo, entristecido, consiguió llegar a
Sicilia, donde fue acogido por el Rey
Cócalo, poniendo desde entonces todo su conocimiento a su servicio.
Moraleja: Si lo que haces es peligroso, ¡haz caso al ingeniero!